Estamos en septiembre y llega el momento de presentar esta novedad literaria, gráfica y festiva. Se trata, sencillamente, de una humilde opinión personal debidamente meditada.
Apenas tres meses desde los recientes cambios políticos, tengo la sensación de hallar en mi entorno debates con opiniones encontradas y muy distantes, malestar que rezuma sin control en el día a día más allá del caluroso verano, con grandes dosis de humedad y lluvia inesperada pero en cierta medida gratificante. Tomo buena nota de la nueva normativa sobre circulación por el centro y me planteo aprovechar esa «pacificación del tráfico» que plantea la autoridad municipal para hacer una propuesta ciudadana.
Valencia es una ciudad con historia e identidad propia. La nuestra es una comunidad autónoma integrada en España y claramente definida desde la legalidad vigente. No estamos condenados a entendernos y a convivir juntos, más bien tenemos la obligación como personas -y desde la común dignidad- de llevar a cabo ese reto innegociable. Tenemos decenas de fiestas, grandes, de calle, de barrio, todas nuestras; lo son porque las hemos heredado de esos antepasados que celebraron Valencia de corazón y tantas veces con tradición; aprovechemos ese tiempo y esos motivos para ponernos en sintonía.
Para dar pasos en la buena dirección, tal vez pueda resultar de utilidad la reflexión que hace pocos días realizaba el Papa Francisco sobre “la paz»: la definía como «un bien» cuyo logro precisa esfuerzos, conversión, creatividad y dialéctica.
Con el calendario en la mano, día a día, a ver si es posible que en Valencia – en la vida cotidiana y de forma colectiva – tengamos la fiesta…y la paz.
Manolo Guallart
Manolo Guallart
