[dropcap]P[/dropcap]uede parecer exagerado pero no lo es. Para vivir la experiencia integral de comerse un bocadillo en la bodega “La Pascuala” hay que llegar a buena hora y sin haber desayunado, dar tu nombre para entrar en una lista manual que ya lleva una hoja de libreta e imaginar varias veces que suena tu nombre.
Una vez dentro tu mirada se dirige hacia el gran barril que preside la barra principal, acotado por botellas de coñac y de ginebra. Pero sólo se trata de un segundo, porque sientes que todo a tu alrededor son bocadillos de gran tamaño en manos de otros clientes.
Llegado el turno, sobre la mesita de mármol antiguo (casa fundada en 1921 por Pascuala Vives Silvestre y Romualdo García Santa Cruz) aparece en pocos segundos la tradicional ración conjunta de olivas con hueso y cacao con cáscara; ideal para tomar la carta de almuerzos escrita a mano.
Hay un bocadillo en honor a la fundadora Pascuala, con lomo, beicon, cebolla, queso y tomate. Lo tengo claro, es el mío. Otro, el “súper”, lleva carne de caballo y el resto similar. También hay queso fresco, huevos fritos, sobrasada, anchoas y tortillas variadas. El caso es que los camareros pasan y vuelven a pasar con infinitos pedidos.
Para beber, vino con gaseosa. Llega el bocadillo y son cuarenta centímetros de pan tierno con todo lo ya descrito. De este modo, planteado como menú del día, poco a poco queda cumplido el objetivo. Es el momento de un café, pero la tradición es tomarse un cremaet, con un coñac quemado y su grano de café en la taza.
Sólo queda la despedida de la antigua bodega Casa Boix -donde hacían parada obligada los antiguos estibadores del puerto de Valencia-. Siempre está la opción de seguir comiendo durante el resto del día, pero ciertamente un almuerzo en La Pascuala condiciona el resto de la jornada.
Bodega LA PASCUALA. Calle Eugenia Viñas, 177 El Cabanyal (Valencia)