El ‘Sermó de les cadiretes’ o ‘Sermó de la bresquilla’, del pare Serret
Recuperamos del amanecer del siglo XX, un retazo de la literatura popular valenciana, de un tiempo y un lugar que, más allá de cuestiones lingüísticas y políticas, nos llena de nostalgia porque una vez más pone de manifiesto algo muy nuestro: La retranca, la guasa que ancestralmente forma parte de la idiosincrasia de los valencianos y valencianas.
Obras como ‘El Virgo de Visanteta‘ o mil y un sainetes que apenas han llegado a nuestros días gracias a unos cuantos autores afortunados, como Josep Bernat i Baldoví o Eduard Escalante, nos acercaron un retrato caricaturesco de las entrañas de las clases populares de nuestro pueblo, cuando la cultura la alcanzaba sólo quien la alcanzaba y el resto andaba por recovecos a cuál más llamativo y grotesco, y se expresaba en una mezcla de castellano y valenciano cuanto menos sorprendente.
He aquí una joya que una buena amiga nos recordó recientemente y con toda la ternura que sólo puede aportar un recuerdo entrañable, nos contó que su abuela lo recitaba de memoria de cabo a rabo para regocijo de los oyentes. Una maravilla que gracias a la magia de Internet, hoy en día se puede seguir escuchando de voz de su propio autor, José Serred Mestre, en una grabación hecha en 1902.
El contexto es el siguiente: Un sermón pronunciado en cualquier parroquia de las de finales del siglo XIX, principios del siglo XX, por un retor de los de entonces, intentando glosar para los feligreses la historia del pecado original y Adán y Eva, interrumpido constantemente por toda suerte de ruidos, especialmente los de las sillas (de ahí uno de los títulos del sermón), y los comentarios que el propio retor va introduciendo entre verso y verso de su alocución.
“Candileta tabernacula tua, Domine”.
Cuán admirables son, Siñor, tus tabernáculos.
Psalmi Penitensiale. Ele. Tres equis. Tres is.
Hermanos míos de Padre
selestial: Dios Siñor nuestro
quiso dar muestra admirable
de su chostisia anfenita
y sus eternas bondades
viniendo a ancarnarse al mundo
pa que el hombre se lliurare
de las penas termebundas
que nuestros primeros padres
carregaron en mosotros.
Con aquel pecado anfame
de comerse la bresquilla,
ya podian fegurarse
Adán y Eva que hasían
una empastrada muy grande,
puesto que sobre esa fruta
pesaba la treminante
prolibisión del Siñor
para que no la tastasen.
Y sin embargo, l’orgullo,
el deseo d’aigualarse
con Dios, y saber la siensia
del bien y del mal, les hasen
desobedir al Siñor
seduídos por l’ansacrable
culebra, qu’era el dimonio
disfrasao pa tentarles.
¡Qué mal les hiso la fruta
a nuestros primeros padres!
¡Ah, maldesida bresquilla,
bien cara mos resultastes,
pos dende Adán a mosotros
no paran de rozegarte,
el piñuelo amargo y duro
los miserables mortales!
En cosa de dos menutos,
por no desir un enstante,
Adán y Eva perdieron
la inosensia, avergonsándose
los dos de verse en porreta
y a punto de costiparse.
Enseguidita buscaron
la manera de taparse,
culliendo por allí serca
de una figuera unos pámpoles,
y amagáronse corriendo
por miedo a que les llansase
el Siñor una felípaca
per la bresquilla d’enantes.
Y así susedió. Dios mismo,
hasiéndose el que no sabe,
prensipió con vos quemada
a quirdarlos; y ells, ¡aguardes!
callaban sin desir chufa
amagaos dentro de los árboles.
Por fin, va y contesta Adán:
– Siñor, podéis dispensarme
si ante Vos no me presento;
desnudo estoy…
-¿Ya tastastes
la bresquilla prohibida?
– Siñor, la muller d’enantes
me la va ofreser…
-¿Tú, Eva?
– La zierpe logró angañarme,
que lo que’s yo no quería.
– ¡Pues, amigos, la ensusiásteis!
Pa mí habéis perdido quinse.
La desobediensia es grande,
y grande será el castigo,
porque el pecado es muy grave.
Vos desí dende el prensipio
que coando toviérais hambre
comierais toda la fruta
que tienen tós estos árboles;
toda, toda, menos una,
y que esa la respetáseis.
Hoy m’habéis desobedido
por querer a mí aigularse,
pues al conoser la siensia
del bien y del mal pensásteis
que seríais como yo,
y como yo no habrá nadie.
¡Largo, pues, del Paraíso,
que ninguna falta me hasen
los arquelinos en casa!
Y al plantarlos en la calle,
a Adán le dijo: -“In suorem
vultos tui veséris panem”.
Con la suor de tu frente
el pan tendrás que ganarte.
Y a Eva le hiso la encomanda
de que foera noestra madre,
disiéndoles a los dos:
– “Crésite et moltiplicámine”.
Y esto no cal que lo asplique
que hasta los gatos lo saben.
(Ya l’han mampresa eixes minses.
¡Rigause, dones, rigause!
¿Qué no estará això desent?…
En el moment que yo parle
de sertes coses, ya esteu
que vos cau la baba, mantes.
En conter de fer chacota
y ser unes mal pensaes,
més valguera qu’eixes rises
y eixes vergoñetes falses
se convertiren en plors
d’arrepentiment, ¡chiflaes!
¡Qu’esteu més chiflaes totes
dende que aneu a les fábriques
de Valensia a treballar,
que no hi ha qui vos aguante!
Sempre, al anar y al tornar,
vech que anéu entremesclaes
en los fadrinots, y vinguen
les bromes y les rialles,
els pesics y palmaes,
com si Deu no vos mirara.
La culpa es dels vostres pares;
si ells cumpliren en son deure
y a palises vos unflaren,
no donaríeu l’escándalo
d’anar tan abandonaes.
Pero tornem al sermó.
No m’anrecorde ahón estáem…
¡Ah, sí!)
Adán y Eva perdieron
el sielo y mos fastidiaren,
pues se tancó en paño y clavo
para todos los mortales,
handa que Dios bondadoso
quiso venir a encarnarse,
redemiendo a todo el mundo
con su porísima sangre,
y va obrir de par en par
las mansiones selestiales,
para que chunto a su trono
aternamente adorase
el hombre sus perfecsiones
y repitiese constante:
“Candileta tabernácula
tua Dòmine.” ¡Cuán adorables
son, Siñor, tus tabernáculos!
¡Cuán amables tus altares!
El altar por anselensia,
hillos míos muy amantes,
es la Patria Selestial,
el Sielo, gloria anefable,
mansión de la eterna dicha
para los pobres mortales,
y la herensia más presiosa
de noestro devino Padre.
¡El Sielo! ¡Sólo su nombre
endolsa noestros pesares,
perque anvoca en nuestras almas
aquel deseyo ansasiable
de poseer al Dios trino
y eternamente adorarle,
ampulsados como el hierro
paca l’imán que lo atrae.
(¡Hala, fill meu, furga, furga!
Per lo vist hi ha festa en Nápoles
cuant netechen els comúns.
¡Ché!… ¿No hu anténs? ¡Que no’t rasques
el posterol d’eixe modo,
que t’ixirán almorranes!…
¡Caxco, y encà se riu
y continua rascantse!….
Visantet, trau un estrinchol
pa qu’este chove se rasque.
¡Estos están en la Iglesia
lo mateix que en un estable!
¡Siñor! ¡Siñor!… ¡Perdoneulos,
que no saben lo que s’hasen…!)
¡Oh, Chesusalem Seleste!
¡Oh, Santa Iglesia triunfante!
¡Oh, Comunión sacrosanta!
¡Quién de tú formara parte
y foera amorosa vítima
para en tu altar asmolarse!
Candileta tabernácula
tua, Domine. ¡Cuán astimables
son, Siñor, tus tabernáculos!
¡Cuán amables tus altares!
(Cuant yo dic tabernáculos
no vacha algú a fegurarse
que parle de les tabernes
o tendes. ¡Deu que vos guarde
d’antendre tal herechía!
Pues sapiáu qu’el tabernacle
o tabernácul, es puesto
de coses molt més sagraes,
y vol dir, l’altar, la iglesia,
y en fi, llámese hache.)
Candileta tabernácula
tua, Domine. ¡Cuán astimables
son, Siñor, tus tabernáculos!
¡Cuán amables tus altares!
Estas presiosas paraulas,
si es que queréis ascoltarme,
van a ser pa mí la tema
de mi sermón; pero antes
y pa que mis torpes lluses
poedan bien desenrollarse,
preguémosle a la Siñora
que mi carro no s’astaque,
saludándola devotos
con las paraulas del Anquel:
AVE MARIA…
Hermanos míos amables
en los puros corasones
de Chesús y de su Madre.
(Callem; a vore eixes dones
cuánt acaben d’asentarse.
¡Arrastreu més les cairetes!
¡Aixina!… ¡Em dona un corache
eixe visiet que teniu,
qu’el dia que yo em canse
s’acabaran les caíres,
y la que vullga asentarse
s’anponnará cul en terra!
¡Escandaloses! ¡Bagases!
¡Dempués que veniu a misa
y tot es pegar becaes,
com si prenguéreu la siesta,
cada volta que hau d’alsarse
encà armeu en les cairetes
eixe riqui, riqui, raque
que sabeu que me reventa;
Clar, estic desgañitantme
y no me sent ni la trona.
¿Es que les meues paraules
ixen de gola de ferro?
¡Pos sapiáu que cuant yo parle
ni em regalen la saliva,
ni vullc gastarla de baes!
S’ha acabat. ¡Conque silensi!)
Nada poede compararse
al sublime aspentáculo
que la presensia adorable
del Siñor allá en el Sielo
ofrese a todos los áncheles.
Llus vivísima l’inunda,
mil sentellos de diamantes
enrayando en su corona
rellusen por todas partes
y enllumenan su cabesa
con reflecos desllumbrantes.
Una orquesta d’anchelitos
canta alegre y sin cansarse
cansiones dulses,
mientras allá en l’aire
unos nuvolitos blancos
que poco a poco ascampándose
van ompliendo d’aulorita
aquel devino paisaque.
Candileta tabernácula
tua, Domine. ¡Cuán astimables,
son, Siñor, tus tabernáculos!
(El dimoni del orache!…
Che, Sento, tanca la porta,
que así anem a costiparse.
¡Quin airet més sicatero!)
¡Qué vida la de los áncheles!
Obrar y pensar por causas
siempre sobrenaturales;
en todo ver al Dios vivo;
en Dios respirar amándole
y vivir únicamente
en Dios por eternidades,
es la vida más perfecta
qu’uno poede figurarse.
En el anchélico coro
de todas las potestades
hay la mar d’escalafones
que no poedo anrecordarmen
ara cómo se disen…
pero llamémosles hache.
La coestión es que disfrutan
todas las felisidades
y se maman la gran vida
sin tener que sofocarse.
Vosotros, hermanos míos,
bien podíais aimitarles,
si es que tinguérais más fe
y no foérais tan cobardes
pa las cosas de la Iglesia.
Perque si cuatro morrales
que no valen todos chuntos
un roín chavo d’a cuatre,
se empeñan en que los curas
y las monchas y los flares
desaparegan del mapa,
no sois cristianos lleales
si consintiendo estas cosas,
en cuenta de ir al combate,
vos ficáis dentro de casa
y cascuno que s’apañe,
com si todos no astuviérais
redemidos con la sangre
de noestro Dios Chesocristo,
qu’es además noestro padre.
¡Angratos!… ¡Angratos hillos!
¡Y qué angratetut más grande!
(¡Che!… ¡M’agrà la pasaeta!
¿No dus mocaor de mocarte?…
¡Això, tórcat en lo banc,
y el que vacha ahí a sentarse
que s’anduga les caneles!…
¡Serán els chiquillos cafres!
¡Tot hu han de fer en los dits,
cuant no hu deixen en les mánegues!
¡Torca el banc en lo faldó
de la camisa, salvache!
Per més que vosté els pedrique
no trau res, encá qu’els mate!
Esta angratetut del hombre
es l’orichen de los males
que la sosiedat padese.
Todas las calamidades
que aquí en España sofrimos,
d’ahí venen todas, d’ahí nasen;
perque hoy todos los cristianos
s’han dechao apoderarse
per los llibre-pensadores,
chudíos y protestantes.
Mirat sinós los mazones,
enemigos consiliables
de los altares y el trono,
cómo están per todas partes
pedricando la maldat,
que ca dia va ascampándose.
Per ellos collieron Cuba
y Felepinas los llanques.
¡Si, señor, no cal que digan;
per esos tíos tunantes!
¿Y los cristianos aguantan
a esos ateos anfames,
en esta bendita tierra
que regaron tantos mártires
confesando a Chesocristo
y per éll dando su sangre?
¿No ha d’anviar Dios castigos?
Y los mandará más grandes,
si su gran misericordia
no perdona estas maldades.
¡No, Dios mío, no premitas
al cristiano condenarse;
que sepia lo qu’es tu gloria
y tus goses selestiales,
y has que voelva el hillo pórdigo
a la casa de su padre,
arrepentido y ploroso,
per a en tu sieno astrecharle!
¡Aubriros, sí, corasones!
O sinós dadme las llaves
de las más tiendra asperansa
en Dios, y haremos un viache
volando en lo pensamiento
y vos llevaré de balde
a la manción resplandente
de las lluses eternales.
Venit, sí, venit conmigo;
no llevéis otro antipaje
que la fe qu’ha d’alumbrarmos
y en cuidao que no s’apague.
¿Veis qué lluses, qué auloritas?
Pos seguit más adelante.
¿Veis qué millones de santos?
¿No veis ahora a los arcáncheles?
¿Veis allí a los patriarcas?
Pos más allá están los mártires
chunto al trono del Siñor,
bendisiéndole y amándole.
Ya aplegamos, ya está serca,
veulo al fin: ¡El es, miracle!…
Postraos ante su gloria
y desitle: – Dios amable:
tú eres el sol de las ánimas,
y a tu calor fecondante
brollan en mí los desichos
y apetitos ansasiables
d’ancantarme como un bobo
antusiasmado mirante,
y pasar años y años
posediéndote y amándote
con ese amor tan ardente
con que t’amarán los áncheles.
¡Ay!… ¡Cuántos remordimientos
el ánimo me deshasen,
esgarrándola a miquitas
al recordar mis maldades!
¡Perdón, perdón, Dios bendito,
per a este gusano anfame
que ascupió su baba anmunda
sobre tú, Chesús amante!…
Pa el que abandonó la senda
que regares con tu sangre,
viviendo siempre a la briba,
como los potros salvaches,
sin más rienda ni bocao
que sus paziones zensuales,
que los visiozos plaseres
que de tú iban apartándole,
afonando aprisa, aprisa,
en los antros anfernales
de la perdisión eterna
a su alma, por bruto y cafre.
Yo m’alsaba de mañana
sens’a Dios ancomanarme,
y en antes de ir al treballo
m’achuntava en tres pelambres
qu’estaban en la taberna
tos los días asperándome;
y matando el gusanito
me gastaba los chornales,
y tanta ansia me hasía
qu’allegaba a emborracharme.
Dempués, al llegar a casa,
con una bufa tan grande,
¿yo qué tenía que haser?
Ir a la dona y pegarle
una pasada de verga
y a dormir handa atontarme.
¿Treballar yo? Ni por pienso.
Las mulleres que treballen,
que si alguna ves los chicos
disen: -“Pare, llargues, llargues,
cómprem una rosquilleta,
mire que yo tinc fam, pare”,
en darli una bascollada
llora en coenta d’esmayarse.
¿Ir yo a misa los domingos?
Encamás de los camases.
Y ¿pa qué? ¡Si m’adormía
al acabar de siñarme,
y roncando como un serdo
no solía despertarme
més que al dar la bendisión
coando s’iban a la calle!
Mis más grandes enemigos
eran tos los capellanes,
y no podía tragar
ni a las monchas ni a los flares.
Pa mí el cristiano devoto
era un beato acnorante,
un ampróquita indesente,
un carlistón roín, cobarde.
Pero en vano es que yo buide
la saria de mis maldades.
Vos sabéis cuán malo he sido,
pos los crímenes más grandes
pesan sobre mi alma empura…
es desir, pesaban antes;
que ahora tu misericordia
ha podido perdonarme
y renasgo a noeva vida
santa y pura al acontemplarte,
y vuelvo a la Madre Iglesia
y moriré en ella amándote,
repitiendo con Davit
en fervor siempre constante:
“Candileta taberáncula
tua, Domine”. ¡Cuán astimables,
son, Siñor, tus tabernáculos!
Mi casa son tus altares.
( ¡Profit! ¡Bò está el porc cuant rota!
Descansats deveu quedarse
cuant solteu un desahogo
com eixe, que ha segut mascle.
¡Recavallers, quina gola
y quin groñit més salvache!
Eix’home es capás de fer
en un rot un sopar agre.
Así está vist qu’es inútil
reptarvos totes les faltes,
perque’s quedeu lo mateix.
Ya he dit trenta mil vegaes,
que cuant esteu en la Iglesia
no esteu en ningún estable.
Qu’aixó de tirarse rots,
dormir, roncar y… furgarse
els nasos fent mandonguilles,
com fa aquell qu’está mirant-me…
Che, ¿qué hui tens convidats?
¡No pares, fill meu, no pares
hasta qu’ixquen redonetes!….
¡Siñor, cuántes cochinaes!…
¡Doneume molta pasensia,
perque no puc aguantarme!
Pero seguim el sermó.
Mi casa son tus altares.
M’apartó d’ellos el mundo
con sus nesias vanidades,
y enfangado en torpes visios
llegué, angrato, hasta a olvidarte;
pero hoy tu misericordia
los tiendros brasos me abre;
en ves de vara de hierro
como boticha asclafarme,
que bien me lo meresía
por mis pecados tan graves.
¡Domine diligam te!
¡Ah, Siñor, tengo de amarte!
Tú eres sin duda mi Dios,
perque, no nesesitándome,
m’has conservado la herensia
que per a mí preparaste
y me la restituirás.
Restítues hereditatem.
Y esa herensia más presiosa
qu’el oro y los diamantes,
es la pozesión devina
de vivir en tú adorándote
per toda la eternidat,
qu’enjamás ha d’acabarse,
comiendo dulses coquitas
con miel y arrop y guirlache,
arrimadito a las vírchenes,
a los santos y a los áncheles…
Mas, Siñor, ¿habrá algún guapo
que anfelís llegue a pensarse
que per a guañar el Sielo
no’s menester sofocarse?
In tabernaculo tuo,
Domine, quis habitábet?
¿Quién habitará en tu templo?
¿Quién traspondrá sus umbrales
per a replegar la herensia
qu’en el Sielo mos dechaste?
Aquel que tus mandamientos
fielmente cumple y acate,
y con fe viva y ardiente
sepia en su vida achustarse
a todas tus santas leyes,
ese logrará salvarse.
Aspinoso es el camino,
mas ¡ay d’aquell que s’aparte
d’esa senda heroica y santa!
Su fin será condenarse.
Es custión de vida o muerte;
o las glorias selestiales
chunto al Dios chusto y clemente
con los santos y los áncheles,
o al infierno tenebroso
chunto a Satanás anfame,
privados eternamente
de ver a Dios y a su Madre.
Pues la elecsión no es dudosa;
no seamos animales
y vivamos com Dios manda
per la coenta que nos trae,
que las cosas d’este mundo,
engarsadas de brillantes,
con la Patria Selestial
nunca podrán compararse.
“Melior dies una in atris
est super milia”: pos vale
más un solo día,
que durará eternidades,
en la entrada de tu casa,
que fuera d’ella millares.
¡Siñor, Dios eterno y santo,
misericordioso y grande!…
(¡Alsa, niu, vinga atra volta
el roído p’achenollarse!
¡Cuant yo dic qu’eixes cairetes
s’acabarán, pues s’acaben!
Per al dumenche que ve,
totes les que duguen catre
o caireta… d’embrutar,
farán el favor de deixarles
a la porta de la Iglesia;
s’ha acabat; qu’asó és burlarse.
¡Así si ú no té enerchía,
se l’empuchen a les barbes!)
¡Señor, Dios eterno y santo,
misericordioso y grande,
a tú en nombre d’este poeblo
me diricho suplicante,
pa pedir que no premitas
que tu protesión s’aparte
de los pobres desterrados
qu’habitan en este valle.
Consédenos, Dios clemente,
consuelo a nuestros pesares.
Ensiende los corasones
en tu amor, Cristo adorable,
y la pas qu’en esta vida
gosemos con fe constante,
seya en prenda de la Gloria
qu’a todos deseo. Amen.
Resemos tres Avemarías.
La primera pa que acaben
pronto todas las cuestiones
contra las monchas y flares
que no hasen mal a nenguno.
La segunda pa que alcanse
la salut, si le conviene,
al So Nofre Chuplallanties,
protector d’esta parroquia,
enfermo dende ayer tarde
de una fartá de bacoras
y que ahora está agonisante.
La tersera pa que Dios
premita que se recauden
pronto los sincuenta duros,
o díganse mil reyales,
pa dorar l’altar del Cristo,
que buena falta li hase.
Y todas tres en sufrachio
de las almas venerables
qu’están en lo purgatorio
padesiendo. – Dios te salve…