Fiestas de pueblos

Paterna vuelve a vivir su noche grande de la pólvora con el Pasacalles y la Cordà

Fotos: Juan Ramón Contelles, Javier Furió y Vicente Almenar.- De nuevo las calles más céntricas de Paterna se sumergieron en la pólvora a través de una calurosa noche de agosto que comenzó con la bendición y el encendido de los cohetes a las puertas de la Iglesia con la imagen del Cristo de la Fe presente, dando así el pistoletazo de salida al Pasacalles, antesala de la Cordà.

La media hora más impresionante, adrenalina y éxtasis incomparable de la pólvora, llegaría de madrugada, a las 1:30 horas concretamente. Una espera nerviosa y emocionante que finalizaba con la llegada del camión que iba repartiendo los cajones por los puestos de tiradores, convenientemente señalizados a lo largo de la calle, sobre los que el Coeter Major iría colocando después las mechas.

Así, quedaron repartidos dos tipos de puestos: los de número, con 3 cajones repletos de cohetes en cada uno y, en el centro de la calle, uno cada pocos metros, los marcados con una X, que entran en juego cuando el estruendo y luz de la Cordà decae un tanto, para mantener la intensidad en todo lo alto.

Tradicionalmente, nos cuentan, la Cordá se celebraba en el tramo de la Calle Mayor comprendido entre cuatro esquinas, «des de l’estanc de la tia Peregrina fins a la plaça Major», pero se ha ampliado ese tramo para que quepan más puestos y, pese a ello, la bengala verde que recorre de lado a lado la calle y marca el inicio de la Cordà, sólo lo hace entre esas cuatro esquinas y por eso no llega hasta el final.

El paso de los tiempos ha ido transformando la Cordà en aras casi siempre de dotarla de mayor seguridad y, de hecho, desde hace unos años los participantes llevan un brazalete luminoso de diferentes colores -rojo los tiradores, verde los de seguridad, azul la dirección técnica- que, si su portador se ve en problemas, puede pulsar haciendo que parpadee para avisar para ser atendido y, en su caso, sacado de la calle.

Así, un esplendor cegador acompañado de un rugido tronante recorría la calle desde la plaza Mayor dando lugar a una interminable sucesión de explosiones de cohetes, hasta dibujar a duras penas las siluetas de los tiradores entre un sinfín de fogonazos y ruido ensordecedor… Una experiencia difícilmente descriptible que hay que vivir en primera persona para poder calibrar en su justa medida. Igual que una bengala verde marcaba el comienzo de la Cordá, el color rojo marcaba el final de media hora inolvidable.

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